Durante décadas, los movimientos feministas han denunciado que a las mujeres se les mata por el hecho de ser mujer. El llamado de NNUU para la creación de “feminicides watch” abre la puerta a grandes avances
Hay que celebrar el llamado de la Relatora Especial sobre violencia contra las mujeres de NNUU, Dubravka Šimonović, a instalar observatorios nacionales del femicidio/feminicidio, así como la propuesta de plataforma para estos observatorios lanzada recientemente por la UNODC. Tanto la Convención de Belem do Pará como la Convención de Estambul establecen la obligación de los Estados de generar información adecuada sobre violencia contra las mujeres y por tanto, implícitamente, sobre femicidio.
El asesinato de mujeres por condición de subordinación de género es un problema cuya gravedad no solo deriva de su incidencia; se cometen femicidios en todo el planeta y en algunos países la tasa supera la considerada epidémica de 10 por 100.000 mujeres. Más allá del número -uno es excesivo-, es un problema grave por su carácter; se trata de una violación extrema de los derechos humanos que amenaza a la mitad de la población.
Llama la atención, sin embargo, la tardanza de este llamado. El movimiento feminista mundial, y en particular el de América Latina, cumple más de dos décadas visibilizando y denunciando el femicidio, construyendo marcos teóricos para explicarlo, desarrollando metodología para investigarlo, demandando transparencia en la información y exigiendo respuestas adecuadas para detener esta matanza de mujeres que no tiene visos de ceder. Para ser justas, hay que reconocer antes que nada la visión de Diana Russell que identificó este problema, lo nombró y conceptualizó desde 1976 cuando aún no se producían movimientos masivos de repudio a los femicidios.
En materia de femicidio las organizaciones feministas hemos marcado el norte de qué mirar y cómo hacerlo. Muestra de ello es la existencia de varios observatorios de femicidio que operan a nivel nacional algunos, regional otros, y las numerosísimas investigaciones publicadas desde inicio de este siglo. Las organizaciones feministas han seguido el pulso del femicidio durante años en países tan diversos como Costa Rica, Argentina, Honduras o España, y la Red Feminista Centroamericana Contra la Violencia Hacia las Mujeres cuenta con un Observatorio Centroamericano para la Erradicación del Femicidio. Hay caminos recorridos y lecciones aprendidas; el llamado de la Relatora y la propuesta de la UNODC no deben invisibilizar estas trayectorias o echar en saco roto sus aprendizajes.
Identificar los femicidios no es tarea fácil; no todos los homicidios de mujeres son femicidios. Es necesario conocer las circunstancias y dinámicas vinculadas a estos crímenes para reconocer la marca de las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres que los originan. Contar con esa información requiere capacidad de investigación judicial especializada y aplicada a todos los homicidios de mujeres, algo no siempre garantizado. Aun cuando hay recursos y voluntad política para emprender esta tarea, no siempre se logran aclarar los hechos.
No basta con identificar y contar femicidios. Si no se conoce más sobre ellos no se pueden explicar por qué aumentan o disminuyen, y lo que es más grave, tampoco se puede conocer el impacto, si lo hay, de las políticas públicas que pretenden erradicarlos. El femicidio, reducido a un número, se convierte en un problema misterioso, cuya evolución no se entiende, deviene casi impenetrable e inevitable.
Parecería innecesario recordar que el objetivo de observar los femicidios es poder enfrentarlos en forma cada vez más eficiente hasta llegar a erradicarlos. En este sentido, el número no debe ser un fin, sino un medio; es necesario recordarlo porque los riesgos de olvidarlo se han manifestado en estas más de dos décadas de experiencia que llevamos caminadas.
Un primer riesgo es renunciar a la identificación de los femicidios por la dificultad para discernirlos, y utilizar como proxy los homicidios de mujeres. Tomar todos los homicidios de mujeres como femicidios invisibiliza el carácter sexista de estos últimos. La visibilización de los femicidios es un acto político que denuncia que a las mujeres nos matan por ser mujeres en sociedades que nos discriminan. Además, las características y dinámicas de los femicidios son diferentes a las de los homicidios de mujeres no femicidios.
Otro riesgo es priorizar la comparabilidad entre países sobre el entendimiento del problema en cada uno de ellos. En este aspecto es central la definición operativa de femicidio a utilizar. Ante la dificultad para identificarlos en ocasiones ha parecido práctico restringirlos a los cometidos por parejas y exparejas, ya que son los que se esclarecen más fácilmente. Una definición restrictiva de este tipo permite la comparabilidad entre países pero vuelve irrelevante el ejercicio en algunos; en la región mesoamericana la mayoría de los femicidios se cometen en otros escenarios, ligados a la violencia sexual y los grupos delictivos.
El tercer elemento a considerar es que en muchos países ya se ha tipificado el delito de femicidio o feminicidio, pero ninguna ley recoge en forma apropiada este problema; todos los tipos penales en alguna medida son restrictivos. Si las fuentes que proporcionen la información para los observatorios se apegan a las definiciones jurídicas, habrá tanto subregistro como sesgos. Esto se ha resuelto en algunos países con una definición ampliada de femicidio y la creación de espacios mixtos Estado-organizaciones de mujeres para identificar y analizarlos.
Las dificultades y los riesgos representan retos a enfrentar. El llamado de NNUU ofrece una excelente oportunidad para avanzar en cada país hacia un mayor conocimiento de los femicidios, requisito necesario para erradicarlos. Favorece la trasparencia de las fuentes oficiales, y ofrece la ocasión para establecer o consolidar alianzas que potencien los recursos y capacidades de los Estados junto con la visión y experiencia del movimiento feminista. Sin duda, se trata de una iniciativa a celebrar.
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[1] Cuando hay dificultades para medir una variable en ocasiones se mide otra que se considera que en forma aproximada puede dar cuenta de la magnitud de la que originalmente se quería medir; a la segunda se le llama proxy de la primera